Este post lo escribo a un año del fallecimiento de una persona muy querida para mi, pues transcurrido este tiempo, me he sentido con la necesidad de hacer una recapitulación de todo lo que me enseñó. El acto de sentarme y escribirlo, me permite materializar estos recuerdos y vivencias, siendo esta la forma más poderosa que tenemos para inmortalizar a las personas excepcionales que pisan este mundo.
Tuve el placer y privilegio de compartir muchos veranos con mi tía, pero fue en la etapa de preadolescencia cuando empezó a ejercer mayor influencia sobre mi. En una edad en la cual solamente me interesaba correr detrás de una pelota, descubrí en esta persona una fuente inagotable de inteligencia e ingenio, con el cual consiguió despertar nuevas inquietudes en mi. Año tras año me planteaba un desafío que siempre enganchaban con mi forma de ser, adoptándolo como propio deseoso de ver los resultados que obteníamos. Si tengo que nombrar alguno de estos proyectos, destacaría sin duda, las carrozas temáticas confeccionadas durante el verano y que me permitieron sumergirme en una especie de película de Disney, donde un año interpretaba a un caballero que besaba la mano de su princesa, para el siguiente convertirme en un alga cuyo hábitat se encontraba bajo el mar. Otro desafío que atesoro con mucho orgullo es la transformación realizada junto a mi prima, de su jardín, el cual cubrimos cm a cm con piedras de un tamaño no mayor a un palmo de ancho. Utilizando un sistema de diseño en terrazas pudimos homogeneizar el desnivel existente en el patio. Tampoco puedo dejar de mencionar el laguito construido, cuyo recuerdo me provoca una sonrisa al rememorar los problemas acarreados una vez se supo que extraíamos los sacos de cemento de una construcción aledaña realizada por la Municipalidad. Además de estos proyectos, con los cuales consiguió desarrollar y mostrar mi lado más creativo, puso sobre la mesa dos temáticas que terminaron siendo mis mayores aficiones y que tal vez definen buena parte de quien soy hoy: mi amor por los árboles, canalizado a través de los bonsais y mi afecto por los minerales.

Al reflexionar sobre aquellos años, comprendo la gran atracción que su casa tenía sobre mí; pues una vez terminado el desayuno familiar en casa de mi abuela, donde las mermeladas caseras y el jamón serrano eran los auténticos protagonistas, salía a toda velocidad con mi bici hacia donde mi tía, preguntándome qué se estaría tejiendo hoy allí. Sin duda aquel lugar, donde también vivían seis de mis prim@s queridos, era a todas horas un hormiguero de incesante actividad y por si fuera poco, yo siempre era muy bien recibido. A parte de todo este trajín, aquella casa también representaba un lugar mágico para mi por dos razones: por un lado disponían de una amplia biblioteca donde era muy fácil encontrar material de entretenida lectura (¡hello! ?¡en aquella época no teníamos internet y no accedíamos con un click a nada!). La segunda es porque tenían un almacén lleno de maquinaria que llamaban mucho mi atención. Era inevitable no ir a entrometerse por allá en busca de aventuras o tesoros que descubrir. Además mi tía tenía otra cualidad excepcional, digna de mencionar: nunca te decía que «no». Por tanto, no te impedía tocar o investigar algo, como sí ocurría por ejemplo en casa de mi abuela, donde a su juicio, todo lo rompíamos o estropeábamos. Entonces su casa representaba un lugar sin veto, un espacio sin limitaciones. El único que ponía restricciones era su marido, el cual no le gustaba vernos merodear entremedio de sus cosas y de él si era necesario ser hábil para escapar a tiempo.
Hoy a mis 41 años me doy cuenta de la importante influencia que ejerció esta talentosa mujer en mi, despertando el bichito de estar siempre desafiándome y desarrollando nuevos proyectos que permitan desplegar mi talento y habilidades.
Solo espero que estas palabras te lleguen ahí donde estés. Muchas gracias por ser inspiración para mi. Con mucho cariño, tu sobrino.
Nutre al amor de recuerdos y ausencias;
brotará así maravillosa flor;
desprecia cualquier complacencia
que no llegue por medio del dolor.
No guardes otro don que tus lágrimas
ni otro consuelo quieras que suspiros:
tu palabra mejor está en el alma,
y el más sabroso beso te dieron los zafiros.
No sería la persona amada en su presencia
nunca como es ahora en tu adoración.
Nutre al amor de recuerdos y ausencias;
brotará así maravillosa flor.
Poema de Joan Maragall, traducido al castellano por José Batlló