Es un jueves cualquiera, son cerca de las 10:30 AM y voy sentado en el vagón del metro. Aburrido, me dedico a observar la gente a mi alrededor. A mi derecha tengo una chica sentada; tiene dieciocho o veinte años y me llama la atención el tatuaje en su muslo izquierdo. Lleva dibujados varios personajes de la serie Dragon Ball (saga la Búsqueda de las Esferas del Dragón). Veo a Oolong, Bulma y Puar. Me encantaban estos dibujos manga; me acompañaron en mi adolescencia y puedo decir que los llevo grabados en mi corazón. Ella decidió además tatuárselos en la pierna.
Más allá veo a un hombre, sentado escuchando música. Tiene un hombro bastante ancho en el cual lleva tatuado el rostro de un niño. Supongo que es su hijo. En la parte inferior del brazo, lleva escrita una frase, en letra estilo gótica, que dice … «Mi mamá me mima». — ¡No!, ¡mentira! — no alcanzo a entenderla, pero si veo que le cubre prácticamente desde la muñeca hasta el codo.
Los tatuajes han estado presentes en toda la historia de la humanidad. Hace un par de años (2019) se encontró un cazador de la época neolítica (5000 AC) congelado que tenía la espalda y las rodillas tatuadas. En las civilizaciones antiguas: mayas, egipcios, maories, rapa nui, griegos, etc también los usaban. Normalmente para distinguir las personas con alto rango (como sacerdotes/sacerdotisas) y también un modo de reconocer a los guerreros que habían realizado grandes hazañas.

El tatuaje tomó una connotación negativa con la aparición de la esclavitud (época romana hacia delante), pues eran tatuados con el fin de poder ser identificados. Quizás el ejemplo más reciente fue durante el Holocausto en la 2a Guerra Mundial, en que se les tatuaba el número de preso a los judíos previo a internarlos en los campos de concentración nazis.
El uso de los tatuajes como instrumento para diferenciarse del resto de personas (uso similar al que le dieron las civilizaciones antiguas) reapareció con fuerza en el siglo XIX, poniéndose de moda entre los marineros y delincuentes. Fue tal el boom que varios estudiosos comenzaron a utilizarlos para comprender la personalidad de los criminales que los llevaban. También se investigó su uso en el mundo de las cárceles. Los presos se tatuaban para diferenciarse de los otros convictos, creando todo un lenguaje oculto de comunicación entre ellos, que les permitía informar su grado de reclusión asignado, la pandilla a la cual pertenecían o el tipo de delito cometido. De ese modo inspiraban temor y respeto hacia el resto de presidiarios.

A mediados del siglo XX (1960), con el movimiento «hippie» su uso empezó a generalizarse dentro de la sociedad, tanto entre mujeres como hombres, lo cual permitió comenzar a romper, poco a poco, el estigma prevaleciente a su alrededor, que lo vinculaba con los estratos sociales bajos o grupos marginales.
Hoy el mundo de los tatuajes continúa en auge (empezó a aumentar exponencialmente desde los ’90), con cada vez más profesionales dedicados a este arte, con uso de técnicas más avanzadas para su confección (incorporación de colores, mejora de la adhesión a la piel y permanencia en el tiempo) y para su borrado. Esta industria, solo en EEUU, movió US$1.600 millones durante el 2017 (dato publicado por The Wall Street Journal). También se ha avanzado mucho en su democratización, aunque aún hoy puede ser un impedimento para acceder a algunos puestos de trabajo/empresas. Aún así, su uso se extiende entre las diferentes generaciones, al punto que, de acuerdo a cifras difundidas por la firma alemana Dalia Research, el 38% de la población mundial (encuesta realizada en 2018 sobre una muestra de población perteneciente a 18 países del mundo) tiene a lo menos 1 tatuaje. Estas estadísticas probablemente no sorprenden tanto, cuando uno anda por la calle y ve cada día más personas cubriendo los espacios de su cuerpo con imagenes, letras, frases o diseños varios, sin importar su edad.
Pero ¿qué buscamos hoy con los tatuajes? ¿continúan siendo una manera de diferenciarnos del resto o de inculcar respeto o temor?
Hoy los tatuajes se han convertido en un nuevo canal para expresarse. Tal como lo son la ropa que llevamos, nuestro peinado o las redes sociales. A través de él intentamos manifestar nuestras preferencias y mostrar nuestros sentimientos y emociones. Nos permite explicar nuestros gustos, hobbies, pasiones, amores, o situaciones que nos han marcado. Además es también un modo de diferenciarse de algunas personas/grupos y parecerse a otros. Simplemente por medio de imágenes, palabras, frases, símbolos o cualquier otro elemento estampable en el cuerpo y que nos permita identificarnos con el concepto que pretendemos transmitir.

A modo personal, las veces que he pensado en hacerme uno, siempre he dudado respecto qué valdría la pena escribir o grabar en mi piel. Hasta ahora siempre he llegado a la misma conclusión; creo que aún no hay nada que sea tan imperecible para mi que valga la pena dejarlo registrado en mi cuerpo para siempre. Quizás hoy hay una frase que me llega muy hondo, pero me doy cuenta al año siguiente que ya no me hace sentir la misma emoción. Hasta puede ser que ya no me genere ninguna. ¿Será porqué ya aprendí lo que debía? Hoy me identifico con imágenes o conceptos que 5 años atrás no hubiese entendido …entonces, ¿quien me asegura que las ideas o símbolos que me mueven hoy, lo continúen haciendo en el futuro?
Es verdad que nuestro entorno está en constante cambio, pues aparecen nuevas redes sociales, modas o tendencias constantemente. Aún así creo que la principal razón de nuestro cambio se debe al impacto producido por las experiencias y vivencias que nos envuelven cada día. Algunas nos transforman poco a poco, y otras lo hacen de manera rápida y drástica. Ocurre continuamente, no existe un solo día en el cual te levantes y continúes siendo la misma persona que eras ayer. Esto ya lo explicaba el personaje de Alicia, en el libro (o película) «Alicia en el país de las maravillas», cuando decía la frase: «No se que pasa pero quizás hoy ya no soy la misma que ayer». Sencillamente si miras hacia atrás, y revisas los últimos años de tu vida (te dará una visión más amplia que un sólo día), verás que a parte de haber ganado alguna cana o arruga, has ido dejando cosas por el camino, tales como amigos, hobbies, ideas o modas con las cuales te identificabas, porque ya no te aportan valor como antes y has incorporado otras nuevas que antes no te habías dado cuenta de su importancia.
Probablemente si a este factor «cambio» experimentado le sumamos el hecho que algunas personas se graban el nombre de su pareja y los casos de tatuajes mal hechos, podríamos explicar porque el 60% de las personas con un tatuaje se arrepiente a los cinco años de habérselo hecho (noticia publicada en diario ABC en 2013). Además según el Market Research Future, el mercado del borrado de tatuajes tendrá para 2022 un valor cercano a 3.500 millones de dólares (noticia publicada en 2018).

Entonces ¿Necesitamos tatuarnos lo que somos en un momento dado? ¿Por qué? ¿tenemos miedo de dejar de serlo? ¡Quizás es bueno dejar de serlo! tal vez signifique una evolución. ¿Qué puedo tatuarme que realmente perdure en el tiempo y me permita con el paso de los años continuar identificándome con él?
Hasta el momento, sólo existe un tatuaje que me haya funcionado y que he aprendido con el tiempo a querer: son mis cicatrices. Ellas me recuerdan las batallas y operaciones por las cuales he pasado. Situaciones que he sido capaz de sobreponerme y a través de las cuales recuerdo una época o momento vivido ¿Experimentarán lo mismo las personas que se hicieron un tatuaje hace cinco o diez años atrás?